lunes, 4 de agosto de 2008

VACACIONES


Las vacaciones deben suponer un cambio radical. De paisaje, de hábitat, de horizonte, de ambiente. Por eso las playas, las sierras, el campo, las selvas, las montañas. Cortarla con el calor urbano y cuanto más profundo sea el corte, mejor.

Desde luego que todo esto tiene que ver con el bolsillo, la cuenta bancaria y con el contenido de la billetera y lo ideal sería mudarse no sólo de clima sino de idioma, de cultura, de colores y de costumbres; es decir, San Andrés, Italia, Bali, Dinamarca, las islas Fidji. Pero no es improbable que uno deba conformarse con la pelopincho en el patio de la casa.

¿Y entonces? Entonces, razona el habitante de Maracaibo, lo que hay que cambiar son los hábitos: salir mucho, animarse a sitios desconocidos de la ciudad, dormir la siesta religiosamente, tratar, en lo posible, de vivir en traje de baño, aunque el refresco provenga de una manguera. Y todo, sobre todo, con mucho humor.

Por otro lado está la compañía. Que no es poco. Lo ideal sería, dice, acampar con gente que a uno no lo estrese. O lo estrese lo menos posible. ¿Qué quiere decir? Que si uno se lleva a las patadas con su vecino o con su primo, lo mejor es que cada uno se vaya de vacaciones por su lado.

Eso, aclara, nada tiene que ver con la profundidad ni la calidad del vínculo: uno puede querer visceralmente a alguien y sin embargo llevarse como perros. Más, arriesga, es muy común que cuando hay exceso de afecto las cosas no funcionen muy armoniosamente. Es entonces cuando privarse del otro significa privarse también del conflicto que es, finalmente, lo que todos quieren.

Y por último —o por principio— está uno. La actitud interior: desenchufarse de las preocupaciones laborales y cotidianas, romper la rutina, desentenderse de los agobios y otorgarse el placer intenso de poner la vida diaria entre paréntesis.

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