miércoles, 18 de noviembre de 2009

300 AÑOS DE FERVOR ZULIANO



En una mañana en las playas blancas del Lago de Maracaibo apareció un pedazo de tabla en pequeñas dimensiones, mientras la ciudad dormía el bochorno de la madrugada y a tiempo que una de aquellas viejecitas que en antaño lavaban las ropas en las orillas, metidas hasta las rodillas dentro del agua cumplía su labor.

Las sombras de la noche empezaban a disiparse entre las claridades del alba, y la viejecita no pudo reconocer la extraña tabla. Debajo del brazo y confundida con la ropa ajena la llevó a su casa, y en la modesta vivienda familiar fue útil como tapa de una tinaja cualquiera. De cara al agua aprisionada entre las paredes de barro, la Virgen guardaba su secreto en las sombras de una pintura borrosa, hasta que la buena viejecita, a la luz del mediodía, advirtió la silueta de una imagen sagrada y de uso doméstico la tabla peregrina se convirtió en motivo de veneración colgada en la pared.

Un sábado 18 de noviembre, sonó la hora de la epifanía. Raros movimientos conmueven la placidez de la vivienda. Golpes y ruidos inauditos se sentían una, dos y tres veces repetidas. Estupor, miedo, aturdimiento y sensaciones inexplicables estremecen a la viejecita. Y, al acudir temblorosa y jadeante a la alcoba misteriosa, la encuentra toda luz con los fulgores que el retablo difundía en haces meridianos, y de rodillas cae ante la imagen de Nuestra Señora de Chiquinquirá , visible ahora y renovada con belleza incomparable. ­Milagro!!, gritan los vecinos que, intrigados, hab¡an visto hasta hace poco aquellas manchas en la pared. Corre la novedad entre el pueblo creyente. Prende la curiosidad entre los indiferentes.

Y el modesto hogar, se convierte en centro de romerías piadosas y santuario a donde los fieles van a encontrarse a la Virgen de color mestizo y de faz ind¡gena, que a todos miraba con semblante acogedor; era la Epifanía de Chiquinquirá .

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